La grandeza de las pequeñas cosas

Escrito por José Antonio Pérez Cruz


Cuántas veces como padres, como docentes, hemos defendido la realización de grandes hazañas y cosas extraordinarias o notorias para alcanzar el honor o el éxito que (pensamos) es lo que hará a nuestros hijos y/o alumnos realmente felices y por supuesto, les permitirá tener una vida plena; una vida lograda.

¿Qué sucede entonces, con quienes no hacen nada grandioso, vistoso y maravilloso a los ojos de quien sólo reconoce el éxito material? ¿Acaso ellos no pueden realizarse y no son felices? ¿Acaso tienen una vida vana? ¿Malograda?...

En primer término habrá que decir que la vida común y corriente de las personas, esa que vivimos tu y yo, está entretejida de hechos y situaciones aparentemente sin relieve, de relaciones habituales y costumbres que fácilmente podrían derivar en un existencia rutinaria y superficial. Sin embargo hay algo que, sin lugar a dudas, otorga una gran dignidad tanto a las personas como a sus acciones.

En ese entramado cotidiano, en este camino pavimentado de cosas pequeñas, se pueden encontrar constantes ocasiones de servir al otro, haciendo la vida más humana y dotando de un valor antropológico y sobrenatural a todos aquellos detalles que, realizados con amor, se convierten en grandes y trascendentes.

Después de 32 años de trabajo, Apolinar, nuestro querido Polo, dice adiós al Liceo y se jubila dejando tras de él un ejemplo claro de los versos de Antonio Machado: “despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, vale más que sólo hacerlas”. Se va diciéndonos con su trabajo cotidiano, ese que “no se notaba”, que para tener una vida lograda sólo se necesita trabajar y trabajar bien, siempre de cara a los demás y a la trascendencia del propio hacer.

Y es que en sentido estricto, el ámbito de las cosas pequeñas es el de todas las virtudes; el de los hábitos buenos. Las cosas pequeñas son tan extensas como la vida misma empezando por las propias obligaciones. ¿Quieres ser una buena persona?, muy simple: cumple el pequeño deber de cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces. Y ¿sabes qué?, no las hagas sólo por el mero sentido del deber y la responsabilidad; hazlas por amor.

Y es que solo es posible vivir con esa atención al detalle, a las cosas pequeñas, cuando es el amor lo que nos mueve. La clave del valor de las cosas pequeñas está en realizarlas por amor; en ese momento todo se vuelve enorme; gigantesco.

Cuando lo que nos mueve es el amor al otro, ese cúmulo de pequeñeces que conforma el tejido de la vida cotidiana, se transforma en algo infinito; en la expresión pura de los valores trascendentes.

Qué diferente es la vida si la entendemos así; como un hacer “aquí y ahora” por amor, como un constante comenzar y recomenzar a partir (y muchas veces a pesar) de nosotros mismos en una perseverante búsqueda de uno mismo en el otro y del otro como algo divino y trascendente.

Ahí sin duda alguna está la grandeza, en el cumplimiento cuidado, desprendido y amoroso de los pequeños deberes de cada instante.

“Despacito y buena letra...”

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